Que la política lleva ya muchos años reducida a un juego de prestidigitación, como elemento de distracción y entretenimiento destinado a engañar a la sociedad y escamotearle grandes verdades, no es novedoso. El diccionario de nuestra lengua define además como prestigiador a la persona embaucadora que con maña y artificios busca fascinar a la gente. El julio de 2008, tras la derrota del gobierno en el Senado con motivo del fracaso de la Resolución 125, señalamos que si el kirchnerismo no aceptaba ese mensaje con humildad y consecuentemente no hacía una generosa apertura para instalar un diálogo constructivo, horas difíciles nos aguardaban.
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